Los
dos lados del puente
Esta es una situación que le
suena mucho a nuestro protagonista, Manuel Velasco, quien hace años pasó sus
peores noches bajo el Puente de Malatos. Velasco cumple cincuenta años esta
semana; medio siglo en el que su vida ha pasado por muchos momentos difíciles.
Hoy su situación ha mejorado gracias a la gran labor de Cáritas pero es
consciente de la dificultad que supone salir de la calle. Manuel Velasco llegó
a esta ONG con la intención de cobijarse de las duras noches del invierno burgalés
y son ya dos largos años los que lleva
conviviendo con otros sintecho de la ciudad.

La
vida de Manuel se truncó por completo. La muerte de sus padres le hundió en una
profunda depresión y buscó consuelo en las drogas. Toda esta espiral de
autodestrucción hizo que lo despidieran del trabajo y llevó al límite su
matrimonio. Su mujer no pudo aguantar más, y un día amparada en la oscuridad de
la noche lo abandonó. Manuel pensó que había tocado fondo y que nada podía ir
peor, así que se sumió en un pozo de desesperación del que no salió hasta que
le comunicaron su desahucio.
Nos cuenta que no sabía muy bien
como acabó en esa situación y que recuerda perfectamente como esa noche la
lluvia le empapaba la cara. Esa fue la primera noche que se resguardó bajo el
Puente de Malatos. Tal vez fue esa noche, bajo ese puente, cuando tomó consciencia de su situación y
decidió que el tiempo de autocompadecerse tenía que acabar. Debía recuperar las
riendas de su propia vida.

Pronto conoció a la gente que
pisaba el barro en la ribera del Puente de Malatos. No tardó en darse cuenta de
las diferencias que había entre la gente que pisaba el puente de piedra y los
que, como él, tenían que conformarse con oír las pisadas sobre su cabeza. En
esos momentos se dio cuenta del desprecio de la gente. Las personas que
utilizaban el puente miraban de reojo a los que debajo se cobijaban. “En
ocasiones pasaban corriendo o se lo pensaban más de una vez a la hora de
cruzar”, añade Manuel con lágrimas en los ojos. El Puente de Malatos se convirtió
en la casa de Manuel durante tres largos meses. Las noches se hacían
interminables y los días pasaban despacio.
Hoy en día, la gente que transita
el puente, permanece ajena a todo el dolor y a todas las lágrimas que debajo de
él se han vertido. Lo observan como si de un monumento más se tratara y no es
así, para algunas personas como Manuel sirvió de cama durante tres largos
meses. Es algo muy diferente a lo que ocurre cuando nuestro protagonista pasa
por encima. Él no puede evitar recordar, incluso a veces con cierta nostalgia, la
camaradería que se formó bajo los arcos del puente.

El día a día de Manuel ha
cambiado, ahora se despierta temprano con un
incentivo claro, salir a la calle en busca de trabajo. La situación actual de
empleo no es favorable pero ha conseguido pasar las mañanas ocupado ayudando en
un pequeño huerto familiar a las afueras de Burgos. Esta familia le brinda la
oportunidad de cultivar diferentes hortalizas: patatas, zanahorias o puerros, y
a la vez poder ganar un pequeño jornal.
Manuel ha conseguido salir de su
situación de pobreza absoluta, pero hay muchos otros que se ven abocada a ella. El momento en el que te ves en la calle es
desalentador, pero nuestro protagonista recalca que a partir de ahí solo se
puede mejorar. Su situación se asemeja a muchas de las que hay a lo largo del
país, pero Manuel insiste, “se puede salir”.